jueves, 17 de diciembre de 2015

Manifiesto poético

Quién crea y construye
Desde el cafecito en la mañana
Un pan de acemita, la magia, un poema,
La creación…
Hijos corren al campo de batalla,
Y dentro del morral
Una nueva visión nace verso en mano
Pero no falta el verdugo
Que con ánimo o ¿desanimo? Escolástico
Insiste en quemar, romper, avasallar…
¡Y Gritan!
Por esto, hasta que mis manos cansen
Y mis dedos se entumezcan
Por qué no desaparezcan las palabras
¡Que se crispen mis nervios!
¡Que se erice mi piel con cada tormento!
Aunque quemen mis libros,
Rompan mis textos,
Pese a la ignominia,
Juntaré cada pena, clavo y remache,
Cantaré una copla al crepúsculo y al lucero,
Y cuando no me queden palabras
Para pronunciar,
                Leer,
                               Soñar
                                               Cantar,
Padecer…
Dichosamente
Dejaré todo escrito,
Y me llevaré con gusto cada clavo que lapide mi alma

Selle mi eternidad.

Ritual de combate




Salto de agua en mis besos
flor roja y café
terrón de papelón 
donde tomar la dulzura 
que se hace miel
el deseo
de tierra fértil 
se posan mis manos 
puñado de encanto 
semilla y cumbre 
en tu aureola 
recorre mis palabras
bebiendo tu torso 
hasta tu ombligo 
de picos a valles 
café y cacao 
Desde la fría montaña
que se eriza
al calor vivaz del oriente
bebo sin saciar 
en el recorrido de tu espasmo
en al beatitud 
de un aliento jadenate 
sin cansarme de subir
ni bajar 
ni deambular 
milito y combato 
desde la tibia 
suavidad 
de tus senos.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Oración del Carnicero (Luis Enrique Belmonte)





Señor, lame nuestros cuchillos,
ensaliva las costillas y las vértebras.
Que estos tajos en la res
sean ranuras para llegar hasta ti.
Que la jifa no atraiga a las hienas,
y que los ganchos no hieran a los aprendices.
Diluye con tu lluvia toda la sangre que avanza,
lenta, espesa, por debajo de las puertas.
No dejes que los pellejos
sean vendidos a los traficantes,
ni dejes que nadie alce los fémures
de los que se han sacrificado.
Míranos a través de los ojos desorbitados de los bueyes.
Que la luz exangüe de nuestra única bombilla
ilumine tu escondrijo, entre venas, nervios
y tendones, Señor, deja que nos ensañemos esmeradamente
hasta llegar al suculento blanco de tus huesos
y que se sienta tu presencia
en las manchas de los delantales o debajo de las uñas.
Bendice lo que queda, este banquete para perros,
moscas y zamuros, Señor, bendice lo más puro.
Y refrigera en tu silencio
toda la carne que amamos.



Luis Enrique Belmonte