lunes, 24 de mayo de 2010
Sueño infernal
Al despertar escuche voces a mi alrededor y no me contuve a pedir ayuda pero aún así no obtuve respuesta. No paraba de golpear la tabla superior que me aprisionaba y luego en un último esfuerzo logré romperla y así liberarme. Al salir lo único que pude imaginarme fue la luz del sol pero… en aquel lugar solo había oscuridad, el cielo estaba repleto de nubes negras como humo denso. Los habitantes estaban reunidos alrededor del lugar observándome algo aterrados, no parecían contentos o con ganas darme una ayuda, su pavorosa expresión lo decía todo “yo no era deseado en ese pueblo”.
Las rocas volaron por el aire en dirección a mí; aquel tumulto de personas repudiaba mi existencia y así corrí hacia el lugar más próximo a esconderme. Allí me vi directamente al espejo, era mi imagen desfigurada, un rostro carcomido por el fuego y aún así vivo. El dolor se hizo presente de inmediato, mi rostro parecía derretirse como la cera de una vela, el dolor era indescriptible.
La horda enardecida de aldeanos continuaba en mis búsqueda, tome una tela larga y la use como túnica y así poder mezclarme entre la muchedumbre. Me tambalee por los callejones de aquel pueblo, mi rostro ardía debido a la quemadura y aun podía sentir aquella mano ardiendo presionando mi rostro. Mis pensamientos estaban tan dispersos y confusos, apenas sabía quién era pero desconocía como había llegado hasta ese lugar, al menos una forma creíble.
Hacía un frio inclemente y los callejones parecían ser cada vez más oscuros, húmedos y malolientes además de inseguros pero no quería llamar la atención y la única manera era dirigirme por caminos poco seguros. Mi estado físico era deplorable y apenas podía ponerme en pie, caminé por inercia durante hasta que me desplome en un charco de inmundicia.
Recuperé el sentido, una joven me había salvado y estuvo cuidando de mí mientras estuve inconsciente. Mi cuerpo se encontraba desnudo, vendado en brazos y parte del rostro debido a quemaduras. Lo primero que pregunte desconcertado fue:
-¿Dónde estoy? ¿Quién eres?- La joven sonrió amablemente y solo respondió: “Mi nombre es Clare y estas en el recóndito pueblo de Rabiert, por favor no te esfuerces mucho”. Al darme cuenta de la fecha, de los días que había estado en aquel lugar me di cuenta, asombrado que había llegado a este pueblo el mismo día en el que me encontraba en aquella casa maldita.
Estudie su semblante cálido y apacible y así evoque recuerdos de mi pasado, de la mujer que me espera y del destino que de seguro me llevará a una fría tumba pero… mi pasado como tal no interesa. Su rostró era tan hermoso, blanquecino como un copo de nieve y sus ojos tan claros como el reflejo de del agua en la luz de la mañana. No podía dejar de observarla pero en aquel estado no pude evitar dormir.
Desee olvidar todo, quizás en ese momento se había cumplido mi deseo subconsciente de dejar todo atrás, que mi pasado se quemase con en el infierno de mis pesadillas. Algo llamaba dentro de mí, una extraña sensación de incomodidad pero no presté atención a ello y me enfoque en la belleza radiante, la majestuosidad de una María, tan pura, cálida e inalcanzable.
Los días posteriores recorrí los senderos, explorando los alrededores; no sabía dónde me encontraba exactamente, salvo un nombre pero… algo inútil en mi condición. Me acerque a una fuente, tan esplendida y la luz del sol se reflejaba haciendo ver un pequeño arcoíris; La forma tan elaborada con la que había sido tallada llamo mi atención. Al acercarme caí en cuenta que, el paisaje se había contaminado con mi presencia, mi reflejo en el agua solo revelaba un rostro deforme. Las facciones de mi propia imagen se distorsionaban, el movimiento del agua hacía ver mi rostro cambiante, impredecible, aún más horrible. Me aleje cubriendo mi rostro de ese esplendido lugar, no pensaba regresar.
La noche en que abrazaba a la luna, tendido en el suelo, jamás me había detenido un segundo a observar atentamente la noche. La nostalgia era enorme esa noche, la inquietud de mente y mi corazón debatiéndose la razón. En ese lugar concebí el sueño, mientras la fría noche helaba hasta mis huesos y la luz de las estrellas me cobijaba. Tuve un sueño esa noche, memoria o predicción que me dejo aterrado; las imágenes que frente a mí se mostraban, un desfile de muerte, sangre y horror. Todo aquello era tan claro que casi me pareció real, vi como aquellas personas eran asesinadas y devoradas aún con vida y allí presente estaba ella, con sus ojos en lágrimas y su cuerpo frio en las manos de la muerte; más horrible fue… verme como el perpetrador de aquel horrible acto.
Desperté asustado, bañado en sudor gritando desesperadamente. Ella me sostuvo, no paraba de llorar y lamentar lo que había visto, aquellas imágenes eran tan reales que creí ser culpable, temí que se volviera realidad y que incapaz de escribir mi destino, solo era parte una historia ya escrita.
Al cabo de unos días estuve en forma, mi cuerpo estaba recuperado pero mi mente aún perturbada no paraba de recordar lo sucedido; sin embargo intentaba ignorar tales pensamientos. Logré ponerme en pie, caminé por los pasillos de aquella pequeña iglesia donde inmediatamente no pude evitar arrodillarme y orar. Me pregunte si mis plegarías serían escuchadas pero lo único que pude hacer para calmarme fue depositar mi fe en algo, en aquel espacio de tiempo estuve juzgando y separando lo real de lo ficticio vanamente.
Sentí una mano en mi regazo, era Clare, estaba algo preocupada del modo desesperado en el que oraba, quiso saber que me sucedía pero… sabía con certeza que no iba a creerme. Camine junto a ella durante aquellos días de otoño, el frio llegaba cada vez más inclemente y observando al cielo cada vez mas ennegrecido solo podía preguntar: -¿Suele haber tormentas a menudo?- ella me miró algo asombrada y dijo “El cielo está inusualmente oscuro”.
Aquella noche volví a tener aquel sueño, la sangre en mis manos y el hedor a muerte a mí alrededor pero una voz susurraba lo que parecía una extraña lengua que a pesar de no comprenderla era casi hipnótica. Al despertar me encontraba a unos metros de mis aposentos, me aferraba a la puerta, rasgándola buscando desesperadamente abrirla, queriendo escapar.
Clare estuvo conmigo, me rogo que le contase algo de lo sucedido, sabía que algo me perturbaba y que no quería compartirlo con ella. Le hablé de mí, de cómo me había convertido en un clérigo de la orden inquisidora y como mi familia llego a ser muy influyente mediante el comercio y su relación con la iglesia; sin embargo no pude contarle acerca de lo que me atormentaba. Le hablé de algunos de mis sueños y ella intento comprenderlos e interpretarlos, me dio paz en aquellos momentos evitando así que mi subconsciente me traicionara.
Esa noche, el sueño fue más intenso, más horrible y desafiante para mi propia percepción. No pude despertar a pesar del horror ante mis ojos y tras la desesperación forcejee por mi vida. Contuve la respiración y me abalance hacia donde estaba aquella figura del perseguidor, el maldito... inmediatamente escuche un grito; luego de recobrar el conocimiento me di cuenta de que la persona con la que estaba forcejeando era Clare, quien se encontraba en su cama asustada mirándome a los ojos con miedo, más que miedo era pánico. Tras recobrar el sentido me quede observándola un momento, mis lagrimas se derramaron en su rostro y caí acongojado en su pecho.
Ella me tomo entre sus brazos y sin temor a pecar, sin miedo a dar su virginal cuerpo a aquel perturbado ser, se entrego a la lujuria. La calidez, el cruce de los cuerpos que logran la pasión tras tocar sus almas, unirlas y sellar el amor en un acto final, sexual.
Quede totalmente dormido pero… inmediatamente desperté, sabía que mi subconsciente, que aquella voz se haría presente en mis sueños con lo que no tuve más remedio que irme, sin previo aviso, dejando atrás un amor, una imagen que irradiaba belleza. Sabía que a pesar de todo no pertenecía a ese lugar y sabía que mi estancia solo podía acarrear un desastre. Acaricie su rostro profundamente dormido, bese sus labios y deje un verso escrito en un papel “A la flor que llegue a amar, ni un beso ni un adiós te hizo despertar, fue lo mejor para no hacerte llorar”.
Cogí las monedas que aún tenía y se las di como pago a unos mercaderes por llevarme en su travesía, subí a una carreta de un comerciante, se dirigía a la capital y allí podría obtener respuestas. Junto a esa carreta había un grupo de otras más, era una caravana de comerciantes que se dirigía rumbo a Roma. El camino era difícil e inclemente, el abrirse paso a través de las montañas solo sugería enfrentar peligros que, quizás eran desconocidos para muchos.
Los estrechos caminos que cruzan los bosques rumbo a escarpadas y frías montañas. Durante días y noches estuvimos atentos a nuestro alrededor, los peligros podían estar acechándonos y, en cualquier momento podíamos ser víctimas de bandidos, animales o alguna bestia perteneciente a leyendas que comentaban los mercaderes. Los lobos siempre eran un problema pero se comentaba que en los caminos solían atacar lobos de singular tamaño, astucia y de postura bípeda de semejanza a un humano.
Se decidió cruzar el camino más largo; pero el más seguro, el camino alterno (atajo) se decía que estaba maldito y por esa razón nadie se aventuraba a cruzarlo, más que un bosque era maleza plagada de arboles sin un camino que recorrer.
En las frías noches permanecíamos alrededor de una fogata circundada de las carretas con las mercancías, siempre había una persona atenta en la noche y todos dormían con espada en mano, siempre atentos a cualquier peligro. Narraban las historias de extrañas criaturas, seres que parecían ser sacadas de historias mitológicas; aquellos que rompían el taboo de la inmortalidad y por ello eran seres malditos, destinados a vagar eternamente. De pronto, alguien intervino en aquella conversación, era un hombre viejo; poseía un aspecto deplorable, era muy evidente tanto las décadas que llevaba encima como la muerte que le esperaba. Contaba acerca de la cantidad de viajeros que había perdido la vida en sus excursiones, las caravanas que habían sido destrozadas y de bandidos que había muerto y eran encontrados a mitad del camino mutilados, presas por algún animal de gran tamaño.
El hombre decía ser testigo y sobreviviente pero pese a ser ciego nadie lo tomaba enserio y otros se mofaban de él; sin embargo continuaba con su historia, narrando así la manera tan sorprendente como logro escapar, como le habían sido arrancados los ojos y había despertado bajo los restos de algunas carretas en medio de tantos cadáveres.
Transcurridos los días, el clima se hacía cada vez más inclemente; el frio en las noches era insoportable y por más que nos abrigáramos las bajas temperaturas repercutían en la salud de muchos. Los días se habían vuelto helados, no se notaba la diferencia entre el día y la noche, solo era distinguible por algún rayo de luz que atravesaba la niebla. El camino era escarpado y zigzagueaba a través de las montañas, la niebla impedía la visibilidad, así que todos se andaban con cuidado temiendo caer por el acantilado.
A pesar del frio y el peligroso camino, me sentí a salvo y, aquella sensación de peligro perteneciente a algún trastorno mental latente en mi se había esfumado. La locura había perdido todo rastro de mi presencia, la había evadido pero a pesar de ello continuaba soñando, no dejaba de recordar las imágenes de una silueta en la oscuridad.
Algunos hombres yacían convalecientes debido a las bajas temperaturas, uno había desaparecido mientras iba a explorar; lo daban por muerto, quizás había caído por el abismo. Comenzábamos a salir de aquella montaña y a adentrarnos en aquel bosque blanquecino por la nieve que lo cubría. Esa noche de luna llena, cuando una imagen perturbadora me hizo despertar sabiamente, entre la oscura noche busque alguna imagen, alguna referencia pero de inmediato recordé donde me encontraba. Al dispersarse la niebla, la luz de la luna mostraba todo su esplendor, daba la impresión de poder tocarla.
La luz de los astros revelaba lo que había entre las sombras y en aquel entonces pude detallar una silueta entre los arbustos; la imagen se movía de un lado a otro, rodeando la caravana. Me tocaba vigilia, estaba estupefacto al ver que el peligro acechaba y de inmediato cogí una espada y di voz de alerta a todos. El silencio fue perturbado por un aullido ensordecedor, todos despertaron inmediatamente, el pánico invadía a unos mientras que otros desenfundaban sus espadas o tomaban arco y flecha para hacer frente al peligro.
Las flechas parecían dar en el blanco y los soldados temerosos parecían retroceder más de lo que avanzaban, hasta que uno de ellos se abalanzó hacia él y tras fallar en el intento de dañarlo, solo encontró su fin. El desafortunado sujeto fue golpeado hasta morir, partes de su cuerpo eran arrojados hasta los pies de los otros soldados que estaban atemorizados, rezando, esperando su turno. Luego, la criatura se esfumo así como vino; sin embargo todos tenían la certeza de que seguía acechando entre los árboles; solo dejo una estela de horror, el cadáver destrozado y la imagen en la mente de los que la presenciaron. Rápidamente todos se movilizaron, arrearon a los caballos para emprender la huida de tan peligroso lugar.
El miedo o tal vez la cordura me había abandonado pues, a diferencia de todo mi cuerpo estuvo inmóvil y nunca pensé en moverme. No me horrorice tras ver la escena, el pánico en los rostros de esos patéticos sujetos que corrían de un lado a otros despavoridos. Quizás esperaba que me desollara vivo, que acabará con la mísera existencia en la que se había convertido mi vida pero… no fue así.
Al día siguiente logramos llegar a nuestro destino, mi ciudad natal, dueña de la nostalgia que estrujaba mi corazón y el lugar donde conseguiría muchas respuestas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario