sábado, 6 de febrero de 2010
Confesión de una Obsesión
Fallé al querer tocarte,
No pude alcanzarte,
Evite mirarte
Cegado me precipite a la desgracia,
Soy un pecador sin alas,
Un ángel sin nombre,
Un ser sin esperanzas,
Rogando piedad,
Suspirando el perdón,
No pude evitar errar
Maldiciendo al cielo mismo,
Aborreciendo el infierno que me espera,
Con el aliento emanado de mi podrida alma,
No pude evitar decir "te amo"
¿Quien eres? ¿Que hay de un pasado abarrotado de un silencio insignificante?
Quien lanzó tal pregunta se llenó de intrigas, aquella mirada atenta al rostro que no miraba atentamente a sus ojos. Miraba al infinito, a la nada, al futuro que nunca llegará y al pasado que nunca recordará.
¿Que hay del sujeto que yace moribundo en el suelo? Soltando un último aliento, presagiando lo que se aproxima, lo que le espera. Una caricia, una mano acariciando su rostro, la mano de un ángel que ha llegado para consolarlo o de la misma muerte que ha llegado para llevarlo.
Así, en el rincón oscuro de aquella habitación donde innumerables veces se había encerrado a sí mismo, perdiendo el contacto con el exterior, con la realidad y con él mismo. Aquel lugar donde soportó sus penas, donde disfrutó de sus ocios y pasatiempos por si mismo, en soledad…
Cuatro paredes que encerraban al moribundo desgraciado, destinado a morir. Hoy no es un trágico día, no se llevará luto, nadie llorará. Mientras él en el suelo por fin descansa en paz. Eso es lo que pensó hasta ver que la puerta de la habitación se abría rápida y estruendosamente. En ese momento avistaba el rostro tan hermoso y sublime por el cual había cometido tal acto de cobardía.
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El momento en el que la rutina se cruza con un momento cumbre en el cual todo vestigio de monotonía es destrozado. Aquel momento en el que el amor se refleja en los ojos de la persona ideal, eso es amor a primera vista.
El palpitar acelerado, cara sonrojada, un sentir en tus estomago y la poca coordinación. Todo combinado invadiéndolo hasta causar un estado de pánico, sin poder pronunciar una mísera palabra.
"Ella", tan inmensa en belleza, tan delicada, tierna y bondadosa.
Caminó a mí y mirándome fijamente no pude evitar sentir miedo.
Miedo a la belleza que emanaba de su cuerpo singular, su sonrisa, labios, ojos... todo tan perfecto.
Como no atemorizarse de la perfección que ante tus ojos se presenta y en un parpadeo te atrapa. En un segundo estas en sus mano, en sus delicadas manos...
El amor ha llegado, a tocado mi puerta pero el destino para mí no existe, al igual que la suerte y los milagros.
Camino entre sueños para poder tocarla, no tengo éxito ni siquiera en mirarla. No parezco digno de ella o ella de mí lo cual dudo.
La desesperación invadiéndome, el sudor escurriendo de mí al saltar de mi cama y desarroparme. No, no son pesadillas son solo sueños sin sentido me dije ingenuamente.
Siempre creí que había cosas imposibles pero nunca pensé que el imposible era yo. La sombra del pesimismo me ataba como una camisa de fuerza a un desquiciado.
Tal vez si estaba desquiciado pero por lograr mi cometido, alcanzar mi meta, así tenga que llegar al cielo y eso me condene al infierno.
Pero solo son vagas y ciegas esperanzas que se aferran a una inmensa obsesión. Al no ser cumplido mi deseo la desesperación ennegrece mi corazón.
Estuve cerca de morir, cerca de mi patético fin... La cobardía no me dejaba acabar con mi vida o tal vez ese deseo? esa ambición?
No lo supe hasta ese momento...
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No podía olvidar, no podía desvanecer esa imagen de mi mente. Días enteros mi cuerpo añoraba su sutileza y mi mente imaginaba su belleza.
Enviándome a través de mis memorias hasta el día en que la vi a “ella” la que con sutil obsesión reclamó mi amor.
Deseaba embriagarme de olvido, perder cada recuerdo, restablecer mi mente y acabar así con este martirio.
Día tras día se abalanza a mi en señal de afecto, que reconfortante y cálido acto… no puedo evitar regocijarme.
Ella de tez blanca, cabello oscuro al igual que sus ojos profundos como su alma, sus rizos caen hasta la mitad de su espalda.
Su mirada se pozo en mí y su dulce mano acaricio mi rostro y en ese momento me dije “la amo”. No quería saber mas, solo la quería abrazar y tomándola con sutileza mostrarle la inmensidad del universo oculto tras una mirada apasionada y el paraíso perdido de un beso dado con verdadero amor.
Mi inmensa admiración y deseo destellaba de mis ojos que la observaban y detallaban a ella, tan radiante y angelical.
Sentía miedo al mismo tiempo que me reconfortaba su presencia. Mi pulso acelerado y mis manos sudadas son claros signos que mi cuerpo reacciona a ella.
Sus palabras despejaban dudas en mi, sus sentimientos reflejaban amor y dulzura que solo quería para mí y yo miraba mas allá de sus ojos y sumergiéndome en ellos dormía observando su inmensidad.
El temor y las dudas me hacen vacilar a la hora de actuar, solo quería tomarla en mis brazos y no apartarla de mí pero… la cobardía que arraigada en mi corazón atentaba siempre contra la idea, contra mi sueño.
Caminé hacia ella dispuesto a todo, mi mirada reflejaba mas que seguridad, desesperación. No quería partir en dirección opuesta ni que dios ni nadie me la arrebatara a “ella” quien es perfecta.
Caminé sin rumbo hasta el sendero donde toda pista se borra, donde el camino recorrido parece insignificante y mas que eso, se ha borrado. El camino por recorrer se ha perdido en la inmensidad y el árbol donde florecen tus marchitos sueños ha muerto.
Su sollozo apabullante, sus ojos cubiertos de lágrimas, aquel líquido podría avivar hasta el más seco de los corazones. Se abalanzo a mí y al abrazarme susurra algo a mi oído: “adiós” su despedida fue como la lanza que atraviesa mi cuerpo, como la daga que perfora mi corazón a diestra y siniestra como signo de traición.
Continuó incesantemente y sin piedad con las palabras que me asesinaban en vida “este no es un hasta luego, es un hasta nunca, no preguntes la razón, no te volveré a ver, no es un acto de traición, tengo otra vida que hacer ya nuestro amor acaba de perecer”.
El rencor contra mi mismo brota de mi pecho, la semilla de la locura germina rápidamente y mi cordura muere en el instante en que la desesperación corrompió mi razón. No la odiaba, solo me detestaba por no confrontar el suceso, por no aclarar toda duda y solo decirle “Te amo”.
Perenne escozor de mi corazón que jadea incesantemente en la espera del letargo eterno, del inmenso descanso que le otorgue la muerte.
El momento en el que me encontré en una encrucijada. Arrodillado en posición de plegaria, dubitativo e inseguro, hasta que mis manos tocaron el suelo y mí cabeza baja en señal de derrota.
Decidido a acabar con la vida manchada de derrota que inútilmente se me dio. Opté por darme paz antes de sufrir mil agonías sin un final, sin una muerte que desvanezca mi pesar. Limpiaré la derrota en mí, desvaneciendo todo rastro de mi existencia.
Mirando al cielo que me maldijo y maldiciendo el infierno que me espera augurando mí propio fin, abalanzando el cuchillo hacia mi pecho le di paz a mi corazón dolido.
Mi cuerpo desangrándose, apenas conteniendo los pocos alientos de vida que me sostienen en este mundo. Miro al frente, subiendo la cabeza, admirando la belleza que dulcemente toca mi mejilla y con mi ultimo aliento le dedico un “Te amo”.
El cuerpo que se precipitaba al suelo, cayendo en los brazos de la muerte que reclamaba un alma desdichada. La parca, la muerte sorbiendo su alma solo degusto melancolía que de estar vivo sería una eterna agonía.
El cuerpo cansado del hombre que en signo de resignación se entrego al dulce beso de la muerte, al dulce ángel que llevará su alma al paraíso, mas bien un infierno sin su amada.
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