Un reloj, una
orquesta,
los segundos
entonan la melodía
que a los
engranajes abrigan
sobre la danza
del tiempo,
palpitando al
abismo
entre infinitos
ecos
que acarician la
utopía,
como pez que a
sus olas
anhela en la seda
del desierto,
aquella que al
invierno invoque
sobre unos difuntos
ojos
que petrificado están
ante un frágil
rostro
que en su
flácido recuerdo...
masturba al corazón.
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