lunes, 12 de enero de 2015

Calle de poetas y mendigos de almas

La noche nos ignora o tal vez nosotros la ignoramos, la noche caminando entre las lápidas urbanas como sabuesos del sueño y la soledad. La noche nos asalta, las penas del alma y el corazón, de la conciencia de que todos difieren de la muy prostituida certeza de que la noche es para las putas y los mendigos. Cuando baja el sol, inmolándose en el propio horizonte en forma de crepúsculo, todo muere, se agita y perece. Ahora solo queda la avenida Vargas en un festival de luces entre las sobras aún más numerosas que las pisadas anónimas de sus transeúntes. La plata abunda, bolívares depositados en las bóvedas de licor y prostitución. Un dragón dorado, el rojo oculta el rostro de quien pide placer, dentro de una serpiente que no muerde su cola porque el día interrumpe su ciclo.

El cielo ruge, corrientes de cambio que arrastran hojas, polvo, basura, destinos… ruge desde lo más profundo de nuestras entrañas, el visceral deseo de consumirlo todo en un festín de besos, abrazos, gritos, gemidos, golpes, muslos, tetas, culos. Golpe a golpe enmarcados en una esquina cada plegaria entre las tascas y los hoteles, los burdeles y las plazas… uno junto a otro. El despertar, el asalto del pánico frente al encuentro taciturno de las lágrimas que partieron de las palabras autocensuradas por el pudor, por el dedo que sojuzga la libertad y el error que por vivir se padece.

La ciudad y el cólera que efervecen en los pasos de amigos poetas y mendigos de almas…

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