Señor, lame nuestros cuchillos,
ensaliva las costillas y las vértebras.
Que estos tajos en la res
sean ranuras para llegar hasta ti.
Que la jifa no atraiga a las hienas,
y que los ganchos no hieran a los aprendices.
Diluye con tu lluvia toda la sangre que avanza,
lenta, espesa, por debajo de las puertas.
No dejes que los pellejos
sean vendidos a los traficantes,
ni dejes que nadie alce los fémures
de los que se han sacrificado.
Míranos a través de los ojos desorbitados de los bueyes.
Que la luz exangüe de nuestra única bombilla
ilumine tu escondrijo, entre venas, nervios
y tendones, Señor, deja que nos ensañemos esmeradamente
hasta llegar al suculento blanco de tus huesos
y que se sienta tu presencia
en las manchas de los delantales o debajo de las uñas.
Bendice lo que queda, este banquete para perros,
moscas y zamuros, Señor, bendice lo más puro.
Y refrigera en tu silencio
toda la carne que amamos.
Luis Enrique Belmonte
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