martes, 27 de abril de 2010
Weird Dreams II
Me despertó el penetrante olor del incienzo. Sándalo... Mirra... No recuerdo como se llama la escencia, pero sí el pestilente aroma que había invadido toda la casa. Era como si el humo que emanaba la iglesia intencionalmente se adueñara de mi morada. Era Semana Santa y toda la ciudad apestaba a incienzo.
Estaba en la habitación de mi madre, acostado en su regazo. La noche anterior había estado muy agitado e inquieto, y no quería dormir solo. Estaba despierto, pero mantenía los ojos cerrados mientras maldecía a la Iglesia y sus ridículas costumbres y eventos. Cada vez que respiraba sentía que me intoxicaba y que me ahogaba. Me desesperezé lentamente, y me dí cuenta de que tenía un desagradable pegoste en las manos y el cuello.
Al abrir los ojos me dí cuenta de que tenía las manos llenas de sangre. Me paré de un brinco, sólo para contemplar el horrible escenario que me rodeaba. Las sábanas de la cama estaban teñidas de carmesí. Las paredes salpicadas de sangre, como brochazos de un cuadro abstracto. Mi madre yacía sin vida en la cama, con la garganta desgarrada de par en par, los ojos abiertos y una siniestra mueca de dolor y asombro.
Inmediatamente salí de la habitación, me vestí con lo primero que conseguí y traté de lavar la sangre de mis manos y rostro desesperadamente, mientras me preguntaba qué había pasado y cómo no me había dado cuenta de aquello. Seguramente habría sido mientras dormía profundamente. Alguien había entrado en mi casa y había perpetrado tal acto de sadismo. Pero, ¿cómo es que no escuché los gritos de mi madre?.
Me dirigí resueltamente hasta la entrada de mi casa, aún sin saber a dónde me iba. ¿Qué debía hacer? ¿Llamar a la policía?. Cuando llegué a la puerta, me dí cuenta de que estaba cerrada con seguro, por lo que era imposible que alguien entrara mientras dormía. Un escalofrío recorrió mi espalda a la vez que me daba cuenta de que el único sospechoso era yo. Pero, ¿cómo es que iba yo a cometer tal atrocidad contra mi propia madre?. ¿Es que me he vuelto loco?.
Abrí la puerta desesperadamente y corrí escaleras abajo con un frenesí de locura. Al llegar a la puerta principal me detuve para tomar aliento. Sentí mareo y náuseas. La mezcla del maldito incienzo con la posibilidad de haber cometido tales actos dantezcos me envenenaba.
Corrí calle abajo, hacia la plaza, evitando todo contacto directo con los transeúntes que al verme se apartaban con pánico. Corrí tanto como pude, hasta que el agotamiento y la falta de aire me hizo caer de rodillas. ¿Qué he hecho?, ¿cómo he sido capaz de algo así?.
Lloraba. Lloraba desconsoladamente, con las manos en la cabeza y el pecho contra las rodillas. Amaba a mi madre por encima de todas las cosas, y sin embargo le había asesinado. No recordaba cómo había pasado, pero todo indicaba que había sido yo. Al levantar la mirada y enjugar las lágrimas ví como irónicamente había corrido hacia el lugar que más detesto. Estaba de rodillas en la entrada de la Iglesia. Si Dios existía, éste era el momento de aclarar las dudas.
Entré al templo. Estaba vacío. La luz que se colaba por los ventanales era proyectada hacia las estatuas que representaban a los santos católicos, y al reflejarse en sus rostros les dotaba de una exhuberancia malévola e inquisidora. Caminé lentamente hacia el altar principal, tras el cual pendía una gigantezca cruz de oro adornada con un Jesús crucificado a pies y manos, con una espléndida corona de espinas, de la cual manaba sangre, y coronaba a un rostro suplicando benevolencia.
Me acerqué, le miré, y le grité: ¨¡Maldito cabrón!, si tú y tu papi son tan poderosos, ¿¡entonces por qué perimitieron que le pasara ésto a mi madre!?¨. Preso por la impotencia de no tener respuesta, pateé el crucifijo dorado y escupí el rostro del mártir. Grité todos los improperios que cruzaron mi mente en ese momento, me dí media vuelta y me disponía a retirarme del santurario.
Mientras enfilaba hacía la salida del templo, mi estómago empezó a doler tanto que me obligó a caer de rodillas. Mis manos empezaron a temblar y mi espina se retorcía al punto de doblarme de espaldas. Mi ojos se nublaron y mi boca empezó a segregar cantidades estúpidas de saliva, que no podía contener porque mi boca permanecía abierta. Un fuerte espasmo me obligó a voltearme y quedar frente a la cruz dorada, de la cual emanaba una luz enceguecedora. El mártir había girado su rostro al frente, y su mirada ya no suplicaba venebolencia. Ahora imponía respeto. No expresaba odio, sino indignación. Había liberado una de sus manos del clavo que la aprisionaba y me señalaba.
Lentamente mi cuerpo comenzó a transformarse. Mis manos temblaban a la vez que unas afiladas garras crecían de la punta de mis dedos. Todo mi cuerpo se llenó de un espeso pelambre negro azabache. De mi boca salieron cuatro colmillos asesinos, mis orejas crecieron y se hicieron puntiagudas. Mi cara ya no era reconocible. Ahora era un animal salvaje, sediento de adrenalina. Era un asesino en busca de su presa, y la ciudad era su laberinto.
Me despertó el penetrante olor del incienzo.-
lunes, 26 de abril de 2010
Sabbath - La ciudad del caos
Prólogo
Los hechos acontecidos en aquella ciudad en el transcurso de la semana en curso han intrigado a muchos. Los asesinatos y hechos delictivos se han desatado en las calles nocturnas de la ciudad; los asesinatos sobre todo habían asombrado a muchos, el estado tan horrible en el que había dejado a las victimas sugería que era un asesino sumamente despiadado; además, no solo era uno sino varios implicados.
El temor y la inseguridad por parte de los habitantes era cada vez más clara, el pánico abundaba y las personas no podían evitar sentir pavor y repulsión por aquellos actos. La policía no había dado con pistas que implicasen a alguna persona en los crímenes ya que los rastros hallados eran ínfimos; sugería ser obra de una mano meticulosa, un cerebro calculador, una frialdad inclemente y una astucia admirable.
Aquí es donde comienza todo, un vertedero de basura humana, un lugar en decadencia y próximo a la total aniquilación. No había forma de asegurar lo que acontecía en las calles, en los barrios bajos, en esos suburbios donde la miseria ya se cobraba víctimas mucho antes de que todo esto ocurriese; entre crímenes impunes y almas olvidadas no habría forma de ir al cielo en paz. Entonces, ¿Por qué ahora había tanto interés? Es simple… entre las víctimas estaban personas prestigiosas, miembros de la clase alta.
Cada quien vive su propio infierno, en busca de un cielo que les asegure la paz pero ahora seguramente esa “paz” solo se consigue al final de túnel, ya sabemos cuál es ese final… pues la muerte. En ese sentido se podría decir que esta ciudad les asegura la “paz” a cualquiera ¿en su debido momento? Es difícil saberlo, sin embargo, hay suficiente caos para todos. Así es esta ciudad, este cubil maloliente de gusanos voraces e insaciables. Fue así desde un comienzo pero ahora… el horror había quedado perplejo y el miedo boquiabierto frente la personificación del verdadero caos.
CAPITULO I
LA CIUDAD DEL CAOS
El lugar que había alquilado, algo descuidado y maloliente pero… ¿Qué se necesitaba para alojar a una rata? Solo necesitaba una cueva la cual habitar y la rata era Damián. Cada noche Damián se dirigía a sus clases nocturnas, corría por las calles en dirección al metro siempre con retraso. No era algo extraño en él siendo una persona distraída, asocial y desconectada del mundo que lo rodea. Tenía costumbres inusuales y hobbies algo peculiares por no decir extraños, no tenía muchos amigos, como un imán repelía a los que lo rodeaban y atraía desgracias (él estaba convencido de ello). Le encantaba la lectura, las historias de terror eran sus preferidas e indagaba sobre cualquier cosa que fácilmente horrorizaría a una mente humana común.
En ocasiones deseaba desertar de sus clases, imaginaba las cosas que haría en sus noches de farra aunque se le había advertido que no saliese en las noches rumbo a sitios desconocidos debido a los hechos que habían alarmado a la ciudad entera. Al llegar a casa, su “hogar”, se sentaba pensativo sin saber que le esperaría, intrigado por los desconocido pero más que todo fascinado. Observando como el reloj transcurría y harto de espera.
Subía al tejado de aquel edificio, donde iba en sus momentos de reflexión cuando quería estar al aire libre. Aquella noche fría observaba la inmensidad de aquella ciudad, las luces, las estrellas en la tierra; sin embargo un color rojizo se alza hasta una altura considerable en dirección oeste, donde él concurría cuando iba de paso tras ir a la universidad. Inmediatamente cruzó por su mente la posibilidad de un incendio, lo más lógico pero, no desconocía la causa del mismo, al igual que los bomberos, policías y demás personas –intuye sabiamente-.
Al día siguiente se levanta toma su desayuno y corre eufóricamente hasta salir de su departamento, bajar las escaleras y finalmente salir del edificio, para dirigirse de inmediato al lugar en el que vio la luz roja. Al llegar, paso la calle e impactado observo como un edificio residencial se había incendiado completamente hasta desmoronarse. Como había deducido, nadie sabía algo al respecto, para los allí presentes había sido un accidente hasta el momento pero para el momento que vivía la ciudad era de esperarse que fuese algún acto vandálico. Mucha gente se había aglomerado en el área, gritando, llorando, preocupada y más que todo aterrada por lo sucedido. El número de muertes era desconocido pero todo indica que no hubo muchos sobrevivientes, la mayoría se había asado como malvaviscos.
Damián examinando la escena cuidadosamente pero tras solo ver un desfile de miseria decide irse, caminando por calles y avenidas, masculla incesantemente -¿habrá alguna relación entre este suceso, los demás hechos vandálicos y los asesinatos?- pensó. Era lo más evidente, lo más lógico y lo mas inquietante pues todo arrojaba a que había una banda muy bien organizada encargada de actos criminales.
Distraído como de costumbre, caminando sin rumbo alguno hasta percatarse del trayecto que había recorrido pero para ese momento no podía decir con certeza en qué lugar se encontraba. Inmediatamente dio vuelta y tomó el camino de vuelta, debía ir al metro para así trasladarse a la universidad. Las calles casi desiertas salvo por uno que otro auto que cruzaba velozmente, de un momento a otro comienza a sentirse extraño, inusualmente nervioso; una sensación mas allá de su usual paranoia, como si, en verdad alguna persona o ente endemoniado lo observase y estuviese asechándolo entre las sombras .
Su paso se acelera, pero escucha un leve eco que imita sus pasos pero que no lograban del todo ocultar su presencia y tras cruzar una calle emprende la carrera y sin mirar atrás atraviesa las calles y avenidas hasta llegar al metro. Cansado, nervioso y perturbado por aquella sensación no se le cruzó por la mente que podía haber intentado observar a su espalda para comprobar si lo estaban siguiendo o todo era simple obra de su locuaz imaginación.
Se apresura a entrar al metro cuando observa una silueta que se dirige lentamente hacia la puerta, dispuesto a entrar. Inmediatamente bajo la sorpresa de ver aquel sujeto, le causo una sensación de peligro, en ese momento enfoco su mirada como marcándolo para morir. Damián impactado no pudo separar la mirada de aquel sujeto pero de pronto milagrosamente las puertas cerraron y el metro emprendió su rumbo.
Su desconfianza y paranoia habían llegado al límite, no podía permanecer en calma y su nerviosismo era muy evidente; tanto que las personas alrededor se apartaron pensando que era alguna clase de enfermos sicópata. Esto lo empeoraba más aun para él, las constantes miradas y los murmullos lo volvían cada vez más loco hasta que al fijarse en la mirada de de la mujer al fondo del vagón queda inmediatamente atraído, entre tantas personas solo esa mujer resaltaba y sus ojos reflejaban una pasión que lo incitaba a seguirla hasta la misma muerte.
Luego como una simple alucinación desaparece y al recuperar el conocimiento se encuentra tendido en el suelo mientras un grupo de personas intenta levantarlo. Luego de rehusarse a recibir ayuda se levanta rápidamente y corre rumbo a la universidad. ¿Mi mente me está jugando trucos? No puede estar sucediéndome esto, estoy enloqueciendo -dice para sus adentros-. Mientras se encuentra en el baño arrojándose agua en el rostro, hasta que al fin logra estabilizar su mente y evita llegar al colapso.
Se incorpora a sus clases pero su semblante luce más perturbado de lo normal y sus compañeros se extrañan al verlo, tanto que no evitan tratar de entablar conversación con él en busca de alguna respuesta que les diga la causa de su estado. Logra mentir, evadir e ignorar las preguntas y así se dirige inmediatamente rumbo a su casa.
En el camino, el tiempo parece volar en su mente, desconectado de toda noción del tiempo, su mente vuela en pensamientos obtusos. En aquel metro de pronto se ve rodeado de una especie de orgia, una lujuria que contamina el aire y los sentidos. Las personas no soportaban aquella sensación que los impulsaba a realizar aquel acto animal, como bestias se agrupaban entre unos y otros con la intención de consumar el acto sexual, los cuerpos se juntaban y las mujeres ruborizadas sucumbían consumidas por el deseo. Gritos de gozo, la excitación había llegado al límite, se desgarraban las ropas entre si y urgidos por una sola cosa solo pedía “sexo”, el hombre penetraba a la mujer que pedía a gritos aún más, mas compañía, mas placer y así sumándose uno más al grupo le daban lo que pedía pero la insatisfacción siempre estaba presente.
Observando aquella imagen sádica y morbosa, en la esquina del vagón está Damián como un insignificante fantasma sin poder intervenir ni que puedan notar su presencia. No sabía que pensar, no encontraba palabras para describir el asombro pero su cuerpo respondía por él y sus sentidos nublados por aquel aroma de sensualidad y deseo lo arrojaba cada vez más a las manos de la lujuria. En aquel momento advierte la presencia de la misma mirada acechante, los ojos negros con una tenue tonalidad de rojo y que furtivamente lo observaba como una presa, una víctima.
La oscuridad llena el vagón durante un segundo y tras volver la luz la mujer aparece frente a él sin que se percate del movimiento y sin explicarse el tiempo en que lo hizo. Curiosamente lo examinaba, caminando lentamente a su alrededor, su rostro cruzo muy cerca del suyo y aspirando tomo un rastro de su aroma y luego su lengua paso por su mejilla. Damián estaba paralizado, sus músculos no respondían y sin embargo tampoco oponía resistencia a la cautivadora mirada de aquella dama de negro.
El rostro de aquella mujer era perfecto, caucásica, nariz pequeña, labios carnosos y pintados de un negro acorde su vestimenta y a sus ojos cambiantes; sin embargo, su semblante era endemoniado y sonreía mientras lo observaba y jugaba con lo que parecía su alimento. Ella continuo hasta morderlo, sus labios recorrían su cuello y sube hasta su oreja hasta morderla. Una parte de él siente pánico pero también aquel pecaminoso espacio de su mente lo impulsaba a excitarse, a sentirse atraído irremediablemente a la dama de negro.
De pronto el tren se sacude, el movimiento se hace cada vez más estrepitoso, las luces se apagan repentinamente y lo último que escucha es un leve susurro en su oído “Duerme” se escucho lejanamente hasta que su conciencia se nubla y pierde totalmente el conocimiento. ¿Estoy en el infierno? -se pregunta- el silencio es total, las imágenes de mi vida no corren por mis ojos, no ve ninguna luz… ¡quizás todas aquellas historias no eran más que patrañas! –exclama inquisitivamente-. Tal vez esto es el infierno aunque no hay llamas ni demonios -dice para sus adentros-.
Las voces causan un estruendo, las voces, los gritos y las risas demenciales de seres que no avistaba por ningún lugar. ¡Quizás si hay demonios! -Exclama con afán- aunque con un aire de nerviosismo. “Esta es tu mente”, “cállate”, “Vamos a matarte”, “Ven a mí patética criatura”, las voces lo incitaban a quitarse la vida, lo amenazaban y lo llamaban. En aquel momento no soporto más -¡A callar malditas bestias, engendros, demonios o lo que sean! -exclamo enfurecido-. Luego de aquellas palabras su mente su conciencia vuelve a materializarse y apenas puede recordar lo que ha sucedido, lo que ha sido de él…
Su cuerpo se encuentra pesado, su cabeza palpita de dolor y aquellas imágenes de lo que parecían sueños, mas bien, pesadillas que aun eran su calvario. Todo era tan confuso que hasta ver la hora y la fecha se había dado cuenta de que no sabía nada de lo que había sucedido en 24 horas. Al mirarse en el espejo observa como su oreja se encuentra levemente mutilada y cuerpo lleno de mordidas, rasguños y marcas de lápiz labial. En aquel momento entra en razón y, tan sorprendido se horroriza al indagar en su memoria para descubrir que no había soñado, su mente solo trataba de confundirlo; tal vez para alejarlo de la locura.
El susurro leve de las palabras que hierven tu sangre, despierta los espasmos de tu cierto, el terror, la seducción de los versos que la muerte te dedica como último deseo en una voz desconocida. La muerte tiene aroma de mujer y solo su mirada seduce hasta el punto de querer morir en sus brazos.
Al despertar de aquel trance, tambaleándose y desorientado se da cuenta de donde se encuentra, está en su casa, su departamento. No tenía la mas mínima idea de cómo había llegado hasta allí; las imágenes en su mente eran tan difusas y extraña que no podían pasar de una pesadilla, -¿Estoy enloqueciendo?- pensó. Camina hacia la puerta; el espacio reducido del lugar polvoriento y cutre lo enfermaba y solo necesitaba aire fresco, al aproximarse escucha un murmullo en su mente, algo tan extraño como si te susurraran al oído o si, tal vez se adentraran a tu mente. “¿A dónde crees que vas?” retumba como un eco en su cabeza, perplejo y anonadado voltea a inspeccionar el lugar; allí, en el mueble estaba un joven de piel morena, ojos cafés, con la apariencia de un adolescente común y corriente pero solo un detalle lo distinguía: la presencia de aquella sensación de peligro.
El joven se estira y retuerce en el sofá y dice: “¿Que estas mirando?, ¿nunca has visto a alguien haciendo el flojo? Bueno creo que no te agrada, déjame explicártelo. En ese momento Damián se altera y sube la guardia y exclama: “¿Qué piensas hacer? ¡No te me acerques! Asustado y algo sorprendido por la situación no puede evitar estar atento a su alrededor. De pronto una voz de una mujer sale de un rincón oscuro de la sala, camina agraciadamente y con una voz dulce y tentadora exclama: “¿quieres matar al muchacho?, sabes que no debes hacerlo, él es mío, mi juguete hasta que no pueda soportar mis caricias” ríen ruidosamente, con aquellas voces que retumban en su cabeza. La dama de negro, aquella que había visto en el sueño o, tal vez, ¿no lo era?; la recordaba del tren de donde recordaba haber estado, entre aquel desfile de lujuria y pasión sus ojos solo la observaban, siempre seduciéndolo.
La mujer se aproximo a Damián y lo estudió detenidamente y con una risa dijo: “creo que te he dejado una marca ¿no? Excitante, mientras tocaba su rostro y recorre sus caricias por su cuerpo.
- ¡Basta! –exclamó Damián- y enfurecido dijo: “Esto no puede ser real, no puedo creer que todos los anteriores sean reales, así que lárguense, salgan de mi mente” ruborizado por las caricias y gestos obscenos de la mujer que intentaba seducirlo.
En aquel momento se aproxima un sujeto alto, casi no podía detallarse su rostro, quizás por los oscuro del recinto pero… las proporciones inhumanas del hombre suponían alguna deformidad o fuerza descomunal. De pronto el enorme sujeto estira su mano para alcanzarlo, su gran mano completamente abierta se posa en su cabeza, cabía perfectamente en la palma de su mano y sacudiéndolo como si fuese un juguete lo mueve de un lado a otro.
- ¿Qué intentas probar con esto? –pregunta Damián un poco molesto-
Pues nada, solo quería cual sería tu reacción; además quería saber si eras tal cual lo había descrito Sefi. – Exclama el sujeto entre algunas carcajadas-
- Sí, ¡¿Verdad que es adorable?! –Exclama entusiasmada “Sefi”-
- Bueno ¡Basta! Ya es suficiente, no soy ningún juguete o articulo para su disfrute. –Exclama enojado-.
- En realidad serías buen sujeto de pruebas, conejillo de indias, o tal vez… un buen blanco para practicar caza ¿no es así? –Sugiere el chico mientras una sonrisa malévola se dibuja en su rostro-.
Mientras hablaba observa a la mujer “Sefi” y de inmediato se sonroja y baja la cabeza.
- ¿Qué quieren de mí? –pregunta con voz temblorosa-
- Pues no mucho, solo hacerte algunas preguntas y puesto que ya la charla se ha prolongado entre argumentos estúpidos deberíamos presentarnos de una buena vez. Como ya sabrás la señorita se llama Séfira pero la apodamos “Sefi”.
- Encantado en conocerte. –responde elegantemente-
- El joven es Julius… -se limita a solo pronunciar su nombre-
- ¿Qué tanto miras? –pregunta con voz intimidante-
- Por último y menos importante, yo soy Mathius Alphonse pero puedes llamarme solo “Mathius”.
Basta ya de habladurías e inútiles presentaciones, ¿Por qué tanta charla con alguien que solo tiene horas de vida? es momento de movernos. –Exclama Július-
No le hagas caso, solo disfruta intimidando pero muy en el fondo él es… -dice Sefi-. Se quedó pensando un instante. Quizás no exista algún argumento que lo apoye; tal vez si sea más semejante a un animal salvaje. –musita levemente-
Julius solo se limita a observar con recelo y sigue su camino.
Damián se encontraba desconcertado, no se imaginaba lo que sería de él, si lo llevarían s u propia muerte pero si era así, rezar no era suficiente, es mas era algo inútil.
sábado, 24 de abril de 2010
Weird Dreams III.-
Imagen tomada de: httpdata2.blog.demedia277941277_34f66d0aff_m.jpg
Hacía mucho frío. Pero no era una corriente de aire frío que se evita cerrando la ventana, sino un frío que llegaba hasta el tuétano, penetrante y constante. Fue el frío lo que me obligó a recuperar la consciencia, pues la sensación era extremadamente incómoda y a la vez extraña, pues nunca antes había experimentado nada parecido.
Estaba consciente, pues podía sentir el penetrante frío y podía reflexionar acerca de la sensación. Simplemente podía pensar. Llamó mi atención el tenue sonido de una canción especial para mí, que parecía ahogado tras atravesar una espesa barrera. Fue cuando traté de incorporarme para apreciar mejor la melodía, que me dí cuenta de que no podía mover mi cuerpo. No importó lo mucho que lo intenté, ni cuanto me esforcé. Simplemente no podía moverme. Era una mente atrapada en una prisión de carne, huesos y vísceras. Era un prisionero mudo e invisible.
Mientras seguía en la tenaz lucha por dominar mis extremidades, logré escuchar un murmullo. Al prestar atención y enfocarme en el sonido, paulatinamente se fue transformando en varias voces independientes, que pertenecían a una multitud de personas. Escuchaba comentarios y sollozos. Muchos lamentos y dolor, los que no logré comprender.
En un momento determinado, y tras concentrar toda la energía de mi conciencia en dominar mis extremidades, recordé una técnica metafísica llamada ¨Desdoblamiento¨ que permitía a la conciencia (o al alma) separarse del cuerpo y desplazarse libremente por el espacio. Fue mediante ella que logré abandonar mi prisión, y lentamente apreciar lo que me rodeaba.
Era una habitación amplia, alumbrada por lámparas que emanaban una luz tenue y opaca. Había algunas sillas de madera, con cojines de color carmesí y remaches dorados. Estaba adornada con multitud de arreglos florares en forma circular de los cuales colgaban cintas de seda con palabras escarchadas. La música que escuchaba era una enfermiza mezcla de una tonada melancólica y llantos adoloridos. Lamentos, condolencias, tristeza, preguntas sin responder.
En el centro de la habitación había un ataúd de madera brillante y color azabache, sobre el que se apoyaban algunas fotografías. Al lado derecho del ataúd estaban mi madre y hermanos, en cuyos rostros pude ver la amargura infinita que provoca la pérdida de un ser querido. Al lado izquierdo, sentado en solitario, y con la cabeza apoyada sobre sus manos estaba mi padre, llorando desconsoladamente y fumando un cigarrillo tras otro, compulsivamente.
Al acercarme para apreciar mejor la escena, y conocer la identidad del difunto, me sorprendió sobremanera ver que el cadáver que ocupaba el hermoso ataúd era yo. Me tomó varias horas comprender la situación, durante las cuales intenté desesperadamente comunicarme con los otros y decirles que aún vivía, que aún estaba consciente. Finalmente, tras agotar toda posibilidad de comunicación sólo quedó para mí la resignación. Aceptar y enfrentar mi situación, e intentar comprenderla.
Me había despertado a causa del frío, pero no recordaba cuándo me había dormido. Cada vez que intentaba recordar lo que sucedío la noche anterior el dolor invadía mi mente. Decidí resueltamente recordar lo que había pasado e ignorar el dolor, el cual era diferente pues no era físico. Era infinitamente perturbador, pues estaba directamente en mi mente.
Recordé que la noche anterior había estado en mi local favorito, rodeado de las personas que frecuentan el sitio. Escuchando buena música y divagando sobre diferentes temas, bebía una tras otra cerveza. Cuando eran ya casi las 6 am abordé mi camioneta y partí, aún sabiendo que estaba ebrio. No estoy seguro del porqué tomé una ruta distinta, ni cuál fue el motivo de mi distracción, pero en un abrir y cerrar de ojos me encontraba en ruta de colisión contra un gran muro de piedra, que forma parte del Ávila. Para cuando me dí cuenta, era muy tarde y no había nada que hacer.
Después, todo pasó muy rápido. Recuerdo la sensación de pánico que corría por mi espina dorsal mientras todo daba vueltas al azar. Recuerdo el sonido del metal compactándose sobre sí mismo, las piezas metálicas desprendiéndose y volando por los aires. Recuerdo el estremecedor sonido del impacto. Recuerdo el dolor. El dolor que se extendía completamente por mi cuerpo. Recordé haber sobrevivido, pero imposibilitado de pedir ayuda. Recordé ver cómo mis manos y piernas estaban deformadas a causa de las múltiples fracturas, y cómo lentamente la sangre manaba de mi cabeza y estómago formando un charco vistazo y aterrador. Recuerdo que frente a mí, a sólo unos centímetros, estaba mi celular encendido. Recordé la frustración de no poder alcanzarlo. Después, todo fue obscureciendo, y finalmente ya no estaba consciente.
Ahora comprendía mejor las cosas, aunque no tenía idea del por qué mi conciencia persistía. Reflexioné un poco al respecto, mientras me desplazaba alrededor de las personas que asistían a mi velorio. Me resultó interesante escuchar los comentarios que hacían sobre mí. Me complació saber lo mucho que me apreciaban, y cómo disfrutaban de mi compañía. Cómo les entretenían mis artículos, lamentando no haberles prestado atención cuando aún había tiempo. Disfruté escuchando las anécdotas que mis amigos relataban a los demás, de momentos compartidos. Aprecié la poderosa fuerza emotiva que desencadena la pérdida de un ser querido.
Aceptando mi situación y aprovechando la libertad que ofrecía la conciencia etérea, dí un último adiós a mis seres queridos. Me acerqué a cada uno de ellos y les susurré al oído las cosas que no podía haberles dicho antes, agradecí a quienes les debía gratitud y reproché acciones a quienes debía. Posteriormente, emprendí un viaje que me debía a mí mismo desde siempre. Mi objetivo era visitar los lugares que siempre había querido conocer pero no pude. Vislumbrar los más hermosos parajes que el planeta tiene para mostrar. Cumplir mi sueño de viajar al cosmos y estudiar aquellas cosas que me asombraban y maravillaban. Me convertí en un viajero de la conciencia, mientras la misma durara.-
Hacía mucho frío. Pero no era una corriente de aire frío que se evita cerrando la ventana, sino un frío que llegaba hasta el tuétano, penetrante y constante. Fue el frío lo que me obligó a recuperar la consciencia, pues la sensación era extremadamente incómoda y a la vez extraña, pues nunca antes había experimentado nada parecido.
Estaba consciente, pues podía sentir el penetrante frío y podía reflexionar acerca de la sensación. Simplemente podía pensar. Llamó mi atención el tenue sonido de una canción especial para mí, que parecía ahogado tras atravesar una espesa barrera. Fue cuando traté de incorporarme para apreciar mejor la melodía, que me dí cuenta de que no podía mover mi cuerpo. No importó lo mucho que lo intenté, ni cuanto me esforcé. Simplemente no podía moverme. Era una mente atrapada en una prisión de carne, huesos y vísceras. Era un prisionero mudo e invisible.
Mientras seguía en la tenaz lucha por dominar mis extremidades, logré escuchar un murmullo. Al prestar atención y enfocarme en el sonido, paulatinamente se fue transformando en varias voces independientes, que pertenecían a una multitud de personas. Escuchaba comentarios y sollozos. Muchos lamentos y dolor, los que no logré comprender.
En un momento determinado, y tras concentrar toda la energía de mi conciencia en dominar mis extremidades, recordé una técnica metafísica llamada ¨Desdoblamiento¨ que permitía a la conciencia (o al alma) separarse del cuerpo y desplazarse libremente por el espacio. Fue mediante ella que logré abandonar mi prisión, y lentamente apreciar lo que me rodeaba.
Era una habitación amplia, alumbrada por lámparas que emanaban una luz tenue y opaca. Había algunas sillas de madera, con cojines de color carmesí y remaches dorados. Estaba adornada con multitud de arreglos florares en forma circular de los cuales colgaban cintas de seda con palabras escarchadas. La música que escuchaba era una enfermiza mezcla de una tonada melancólica y llantos adoloridos. Lamentos, condolencias, tristeza, preguntas sin responder.
En el centro de la habitación había un ataúd de madera brillante y color azabache, sobre el que se apoyaban algunas fotografías. Al lado derecho del ataúd estaban mi madre y hermanos, en cuyos rostros pude ver la amargura infinita que provoca la pérdida de un ser querido. Al lado izquierdo, sentado en solitario, y con la cabeza apoyada sobre sus manos estaba mi padre, llorando desconsoladamente y fumando un cigarrillo tras otro, compulsivamente.
Al acercarme para apreciar mejor la escena, y conocer la identidad del difunto, me sorprendió sobremanera ver que el cadáver que ocupaba el hermoso ataúd era yo. Me tomó varias horas comprender la situación, durante las cuales intenté desesperadamente comunicarme con los otros y decirles que aún vivía, que aún estaba consciente. Finalmente, tras agotar toda posibilidad de comunicación sólo quedó para mí la resignación. Aceptar y enfrentar mi situación, e intentar comprenderla.
Me había despertado a causa del frío, pero no recordaba cuándo me había dormido. Cada vez que intentaba recordar lo que sucedío la noche anterior el dolor invadía mi mente. Decidí resueltamente recordar lo que había pasado e ignorar el dolor, el cual era diferente pues no era físico. Era infinitamente perturbador, pues estaba directamente en mi mente.
Recordé que la noche anterior había estado en mi local favorito, rodeado de las personas que frecuentan el sitio. Escuchando buena música y divagando sobre diferentes temas, bebía una tras otra cerveza. Cuando eran ya casi las 6 am abordé mi camioneta y partí, aún sabiendo que estaba ebrio. No estoy seguro del porqué tomé una ruta distinta, ni cuál fue el motivo de mi distracción, pero en un abrir y cerrar de ojos me encontraba en ruta de colisión contra un gran muro de piedra, que forma parte del Ávila. Para cuando me dí cuenta, era muy tarde y no había nada que hacer.
Después, todo pasó muy rápido. Recuerdo la sensación de pánico que corría por mi espina dorsal mientras todo daba vueltas al azar. Recuerdo el sonido del metal compactándose sobre sí mismo, las piezas metálicas desprendiéndose y volando por los aires. Recuerdo el estremecedor sonido del impacto. Recuerdo el dolor. El dolor que se extendía completamente por mi cuerpo. Recordé haber sobrevivido, pero imposibilitado de pedir ayuda. Recordé ver cómo mis manos y piernas estaban deformadas a causa de las múltiples fracturas, y cómo lentamente la sangre manaba de mi cabeza y estómago formando un charco vistazo y aterrador. Recuerdo que frente a mí, a sólo unos centímetros, estaba mi celular encendido. Recordé la frustración de no poder alcanzarlo. Después, todo fue obscureciendo, y finalmente ya no estaba consciente.
Ahora comprendía mejor las cosas, aunque no tenía idea del por qué mi conciencia persistía. Reflexioné un poco al respecto, mientras me desplazaba alrededor de las personas que asistían a mi velorio. Me resultó interesante escuchar los comentarios que hacían sobre mí. Me complació saber lo mucho que me apreciaban, y cómo disfrutaban de mi compañía. Cómo les entretenían mis artículos, lamentando no haberles prestado atención cuando aún había tiempo. Disfruté escuchando las anécdotas que mis amigos relataban a los demás, de momentos compartidos. Aprecié la poderosa fuerza emotiva que desencadena la pérdida de un ser querido.
Aceptando mi situación y aprovechando la libertad que ofrecía la conciencia etérea, dí un último adiós a mis seres queridos. Me acerqué a cada uno de ellos y les susurré al oído las cosas que no podía haberles dicho antes, agradecí a quienes les debía gratitud y reproché acciones a quienes debía. Posteriormente, emprendí un viaje que me debía a mí mismo desde siempre. Mi objetivo era visitar los lugares que siempre había querido conocer pero no pude. Vislumbrar los más hermosos parajes que el planeta tiene para mostrar. Cumplir mi sueño de viajar al cosmos y estudiar aquellas cosas que me asombraban y maravillaban. Me convertí en un viajero de la conciencia, mientras la misma durara.-
miércoles, 21 de abril de 2010
Predecible Hogar
Averno cementerio
Dos velas en mi entierro
Alma mía rencorosa sin destino alguno
flácido cuerpo mío sin perdón alguno.
La pulcra llama que adorna mi reflejo
Apunta hacia el cielo, efímero destino.
Yace aquí mirada en ojos fijos
Sin rumbo ni dirección, hogar mio reprimido.
Nubes grises resplandecientes de ternura
Enunciando un tormento en momentos de penumbra.
Tus gotas anuncia la llegada del desvelo
Ya sin resultados, clamando a tu destino?.
Gracia mía asemeja a la felicidad del carroñero
Aspirando sangre ver… en ojos ya enfermos,
Ese rio cristalino, aroma del corazón,
Lagrimas desbocan… vuestro abismo es mi pasión.
Yace causa mía a la felicidad la cual estoy,
Opaco hogar de escasa sensación,
Placidez, extensión del alma mía,
Ataúd sereno, destino mío habéis cargado…
Perturbadora idea para un alma sobornada.
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