domingo, 18 de diciembre de 2011

Prisionero

Continuación de: http://laoscuraluzdelamente.blogspot.com/2011/12/remembranzas.html


IV


Saliendo de la habitación arrastrándome de espalda observando atónito el interior de la habitación, delirante y confundido me arrastré por el suelo adolorido, no sufría una herida física sino una laceración en lo más profundo de mi alma. Dentro del pánico lo único que pensé fue en escapar, correr y abandonar el lugar pero una risa atrajo mi atención, una tierna voz que hacía eco en mi cabeza. Perdí la conciencia finalmente tras un colapso mental producto de aquellas horribles imágenes, de la desesperanza, del odio, del amor y de la impotencia. Todos los sentimientos que envenenaban cada vez más mis pensamientos.

Mis recuerdos se volvieron difusos y no puedo asegurar lo que paso luego. Luego de despertar me di cuenta de que estaba en una habitación lujosa, recostado en la cama. La combinación de matices entre rojos, dorado y blanco; además de los muebles finos y algunas pinturas daba la impresión de pertenecer a alguien de la realeza. No sabía exactamente donde me encontraba pero algunos detalles específicos habían llamado mi atención; resaltaba la ausencia de algunos retratos que parecían haber estado colgados en las paredes por algún largo tiempo y que por alguna razón se los habían llevado. Frente a la cama observe aquel espacio vacío y por un momento creí ver lo que allí estaba anteriormente; intenté concentrarme en ello pero un fuerte dolor de cabeza me hizo perder la conciencia nuevamente.   

Al despertar pude constatar algo de lo que no me había percatado, estaba vendado en diferentes partes del cuerpo y sentí un dolor punzante en cada uno de esos lugares. Todavía estaba muy confundido y las lo poco que recordaba había sido ¿parte de un horrible sueño? No sabía cómo explicarlo pero muchas de aquellas horribles imágenes me parecían muy reales.

Me levante para así ver en qué lugar me encontraba, al acercarme a la puerta escuche unos pasos aproximarse, estuve atento al movimiento de la perilla de la puerta. La puerta se abrió lentamente mientras una mujer con un largo y fino vestido hacía su entrada. ¡Era ella! Helen… hizo una reverencia en forma de saludo y estiro su mano hacia mi (¿esperando que la besara?), después de lo que había sucedido estaba lejos de seguir con sus formalidades y reglas de etiqueta. Me miro con petulancia y mascullando solo dijo “maleducado” en ese momento me importaba muy poco los modales, me abalancé con los brazos abiertos y le di un fuerte abrazo.

Me explicó que todas las familias sufrían la pérdida de sus representantes, había poca organización y aún menos oposición para la unificación de los cinco clanes. Ya podría hacerme con lo que debió ser mío por derecho, era solo cuestión de tiempo para que la completa sucesión del poder se cayese en mis manos. Aquello había hecho aflorar en mí aún más dudas, no distinguí la realidad de aquellos delirios que me había estado atormentando.

La tomé por los hombros fuertemente, muy fuerte quizás… pero aquello me había consternado. ¿Qué sucedió exactamente en ese lugar? Le pregunté observándola fijamente. Ella me miró algo inquieta y asustada por mi reacción, tocó mis manos con cariño y pidió que me calmase. Mis manos se temblantes se relajaron y su mirada calmó mis nervios. Nadie sabía exactamente lo que había sucedido en ese lugar pero se había desatado un incendio. La cantidad de personas y las pocas salidas dificultó el escape; la vieja estructura no soporto mucho y cedió ante el fuego sepultando a unas cien personas.
“Debes descansar, lo necesitarás” me dijo mientras acarició agraciadamente mi rostro y me dio un apasionado beso que me robaba el aliento. Me aseguró que volvería en una semana para los preparativos para una reunión aristocrática.  

Los primeros días no podía siquiera levantarme sin sentir que perdía mis fuerzas o se abriesen mis heridas, las sirvientas corrían en mi auxilio y me devolvían a la cama. En el día era víctima de la inquietud y de mis propios pensamientos pero en la noche sucumbía ante delirios febriles, pesadillas que atronaban mi subconsciente. Los gritos despertaban a la servidumbre y corrían para acallar aquellos gritos de pánico y calmar mis nervios crispados.

Luego de unos días ya podía caminar libremente, ya podía salir de la habitación en la cual había estado guardando reposo por tanto tiempo y me aventuraba a recorrer los pasillos como un infante deseoso de explorar su entorno. Siempre era acompañado por alguna sirvienta, usualmente por una anciana que pese a que su edad rondaba los 50 años su condición física era algo envidiable; no padecía de ninguna enfermedad, era robusta, de rasgos fuertes y marcados, cabello largo algo blanco pero siempre lo mantenía recogido. No hablaba mucho, solo se limitaba a avisarme que era hora de comer, que debía tomar un baño o que no debía entrar en algunos lugares. Me sentí como un crio en esos días, me inquietaba ser vigilado todo el tiempo y tener que depender tanto de otras personas.

Una noche me levanté asustado, las pesadillas habían vuelto a pesar que me habían dado de beber una especié de té con un sabor y olor muy fuerte pero que me había hecho dormir algunos días. Ya me encontraba bien, sin ninguna dolencia en mi cuerpo, parecía estar listo para alguna exigencia física; quizás debía hacer algo de ejercicio pensé en ese momento. Era una noche serena, estuve observando la luna un momento mientras escuchaba la reconfortante sinfonía de media noche, entre pequeños animales como grillos y ranas que parecían reclamar al cielo por algo de lluvia. Unos crujidos de madera que se hacía cada vez mas fuertes rompieron mi tranquilidad cuando al observar detrás de mí se encontraba aquella anciana cuya mirada fría e inexpresiva parecía ordenarme que fuese directo a la cama. De pronto un extraño presentimiento me invadió, un escalofrío que recorría mi cuerpo y en ese momento me percaté de que estaba rodeado por varias personas; no estaban muy cerca, estaban a cierta distancia de mi observando lo que sucedía en las sombras, detrás de las puertas y en lo rincones oscuros de los pasillos. Decidí ir a la cama sin formar alboroto pero aquello me había inquietado mucho, no me sentía como el patrón, ni como invitado, ni como inquilino solo pensé quera prisionero entre aquellas lujosas paredes.

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