sábado, 11 de mayo de 2013

Mesera


Los autos cruzan como oleaje, en un ir y venir constante, su sonido retumba en donde mis palabras no son audibles, resonando en cada rincón. Las miradas se exilian del día que es una dama, añorando cubrirla de un velo nocturno, para encontrar patria entre sus estrellas y revelar su cuerpo y revolucionar su tacto sombrío. Nuestro lenguaje ni es silencio que escapa y se esconde, solo se viste de un frío etílico. De esta manera me doy vuelta al comienzo, bebiéndome el tiempo que me intoxica, observando la penumbra que surte de melancolía y jovialidad a cada borracho de cada mesa que es un mundo. Todo lo ignoro, a Juan Luis Guerra en el fondo, a las voces que rezan, a la lascivia en las miradas, la resignación en los semblantes, a las risas que engañan y cautivan, al incienso etéreo que se expande rozando mi rostro... Entonces la profundidad del océano me atrapa, me ahogo minutos mientras te miro y volteo para tomar aire. Súbitamente me sumerjo sin temer a su profundidad, me arriesgo y entonces volteas ¿por miedo? Son tus labios los que vuelan y me asechan; bailan y me asecha; se esconden y me asechan; me ignoran y me asechan. Eres una orquídea que florece furtivamente como el universo. Una orquídea que crece, me atrapa, me aniquila me da vida, habitando en mi propio olvido.

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